Leyendas de Ixcaquixtla.
LA DAMA INALCANZABLE.
En días como éste, últimos días
de octubre, cuando se hacen los preparativos para la celebración de todos
Santos en la región de Ixcaquixtla al igual que a lo largo y ancho de nuestro
país, cuando uno ve que toda la gente se alista para adornar sus ofrendas tal
cual lo hacían nuestros ancestros, me vienen a la mente, al igual que los fríos
de la temporada que empiezan a arrastrarse por el pueblo, los polvosos
recuerdos de otros tiempos. Hablo de 1950, cuando la juventud me sonreía, cuando éramos
felices en mi pueblo pequeño, un poblado marginado sin los adelantos de la
ciencia en ese entonces. Recuerdo una tarde memorable, cuando el sol empezaba a
ocultarse dejando crecer las sombras del anochecer. Mi amigo José Luis y yo
veíamos pasar a la gente en esa tarde fría, a través de su ventana de rejas de
barras de acero adornadas con herrajes de plomo. Desde ese cuarto, la guitarra descansaba
después de haber sido tocada hábilmente por mi amigo y ahora nos ocupaba el
principal interés de los jóvenes de entonces: mirar pasar a las muchachas por
la calle tranquila y aventurarnos a dirigirles la palabra para conseguir al
menos una mirada, una sonrisa o una señal como respuesta a nuestros requiebros.
En eso estábamos cuando de pronto veo pasar en un abrir y cerrar de ojos a una joven
mujer que avanzaba con pasos cortos y apresurados. Me impresionó su rostro
hermoso, algo pálida, seria, con su mirada fija hacia el frente, de pelo largo
y ondulado, grandes ojos como nunca yo las había visto, su falda larga, su
rebozo blanco estampado de flores pequeñas cubriéndole los hombros. Con impulso
alegre, le dije a mi amigo: ¡Mira esa hermosura! ¡No sé quién es, pero no
importa, me ha cautivado! Vente, vamos a seguirla, le hablaré para saber quién
es. José Luis se levantó, salimos a la calle y de inmediato caminamos con prisa
hacia la esquina, en la que habíamos visto como la hermosa mujer había doblado
rumbo a la orilla del pueblo. Apresurados llegamos a la esquina, pero ella ya
había avanzado casi hasta la otra cuadra. Presurosos avanzábamos mientras las
sombras de la noche nos iban rodeando y la luna llena se hacía más visible.
Llegamos a la última casa de la calle, pero no pudimos ver nada más. Los campos
secos, sin vegetación se extendían sin mostrar nada. Solo se escuchaban, a lo
lejos, los ladridos de los perros encadenándose por toda la orilla del pueblo.
-Oye Pedro, ¿dónde se metió? No
puede ser, ¡desapareció! Sonreímos, disimulando nuestro temor, - ¡Vámonos!, ¡otra
vez será! - dijo José Luis. Y regresamos al centro del poblado iluminados por
una hermosa luna llena, sin saber jamás explicarnos lo sucedido.
Jesús Salvador Jiménez Castillo, octubre 2022
No hay comentarios:
Publicar un comentario