viernes, 28 de octubre de 2022

La dama inalcanzable

 

Leyendas de Ixcaquixtla.

LA DAMA INALCANZABLE.

 

En días como éste, últimos días de octubre, cuando se hacen los preparativos para la celebración de todos Santos en la región de Ixcaquixtla al igual que a lo largo y ancho de nuestro país, cuando uno ve que toda la gente se alista para adornar sus ofrendas tal cual lo hacían nuestros ancestros, me vienen a la mente, al igual que los fríos de la temporada que empiezan a arrastrarse por el pueblo, los polvosos recuerdos de otros tiempos. Hablo de 1950,  cuando la juventud me sonreía, cuando éramos felices en mi pueblo pequeño, un poblado marginado sin los adelantos de la ciencia en ese entonces. Recuerdo una tarde memorable, cuando el sol empezaba a ocultarse dejando crecer las sombras del anochecer. Mi amigo José Luis y yo veíamos pasar a la gente en esa tarde fría, a través de su ventana de rejas de barras de acero adornadas con herrajes de plomo. Desde ese cuarto, la guitarra descansaba después de haber sido tocada hábilmente por mi amigo y ahora nos ocupaba el principal interés de los jóvenes de entonces: mirar pasar a las muchachas por la calle tranquila y aventurarnos a dirigirles la palabra para conseguir al menos una mirada, una sonrisa o una señal como respuesta a nuestros requiebros. En eso estábamos cuando de pronto veo pasar en un abrir y cerrar de ojos a una joven mujer que avanzaba con pasos cortos y apresurados. Me impresionó su rostro hermoso, algo pálida, seria, con su mirada fija hacia el frente, de pelo largo y ondulado, grandes ojos como nunca yo las había visto, su falda larga, su rebozo blanco estampado de flores pequeñas cubriéndole los hombros. Con impulso alegre, le dije a mi amigo: ¡Mira esa hermosura! ¡No sé quién es, pero no importa, me ha cautivado! Vente, vamos a seguirla, le hablaré para saber quién es. José Luis se levantó, salimos a la calle y de inmediato caminamos con prisa hacia la esquina, en la que habíamos visto como la hermosa mujer había doblado rumbo a la orilla del pueblo. Apresurados llegamos a la esquina, pero ella ya había avanzado casi hasta la otra cuadra. Presurosos avanzábamos mientras las sombras de la noche nos iban rodeando y la luna llena se hacía más visible. Llegamos a la última casa de la calle, pero no pudimos ver nada más. Los campos secos, sin vegetación se extendían sin mostrar nada. Solo se escuchaban, a lo lejos, los ladridos de los perros encadenándose por toda la orilla del pueblo.

-Oye Pedro, ¿dónde se metió? No puede ser, ¡desapareció! Sonreímos, disimulando nuestro temor, - ¡Vámonos!, ¡otra vez será! - dijo José Luis. Y regresamos al centro del poblado iluminados por una hermosa luna llena, sin saber jamás explicarnos lo sucedido.

Jesús Salvador Jiménez Castillo, octubre 2022