miércoles, 3 de agosto de 2016

Un relato de tesoros enterrados y fantasmas en Ixcaquixtla

¿ESTÁN VIGENTES ESTOS HECHOS EN NUESTRA REGIÓN?





UN RELATO DE TESOROS ENTERRADOS Y FANTASMAS EN IXCAQUIXTLA

El anciano que hablaba y terminaba de dictar su conferencia lucía cansado. Solo unas cuantas personas habíamos permanecido hasta el final de la misma en el curato de la parroquia de San Juan Bautista esa tarde de mediados de julio del año 2007. El tema que había tratado fue “La historia de los ferrocarriles que comunicaron a Ixcaquixtla”, el cual me complació, trasladándome en mi imaginación a un remoto episodio de mi pueblo natal.
El anciano caminó con dificultad hacia la salida del curato, pero mi cuñado Felipe, que había sido su alumno en el Benemérito Instituto Normal del Estado muchos años atrás, se identificó ante él y se ofreció a acompañarlo hasta su domicilio. Apoyándose un poco él en nosotros dos, caminamos hasta una casa de la calle 2 norte.

-Mi casa está frente al “Botín de oro”_ nos dijo, mientras avanzábamos por calles poco iluminadas.
En poco tiempo llegamos frente a una casa antigua de paredes de piedra sin revocar  que tenía un zaguán metálico negro. Nos invitó a pasar y platicar un poco, cosa que aceptamos. Mientras cruzábamos el amplio patio alumbrándonos con un pequeño encendedor, notamos que su vivienda era extremadamente rústica y no contaba con luz eléctrica,  
En el interior de un modesto cuarto de piedra caliza que en el fondo tenía una puerta que comunicaba con otro, nos sentamos en torno a una mesa grande de madera a la luz de una vela.
Su plática amena sobre los hechos del pasado de la región nos cautivó mientras  la noche avanzaba y oscurecía más el ambiente.

Me satisfacía estar sentado frente al doctor José María Mendoza Márquez, brillante catedrático, político y además historiador de Ixcaquixtla, que por diversas circunstancias había nacido en la ciudad de Puebla. La plática se extendió más de una hora y fue tocando diversos temas.

-“Mi madre nació aquí en el pueblo- dijo- y mi abuelo fue administrador de la hacienda del Barragán unos años antes de la revolución”.  -¿Y qué fue del hacendado?-preguntó Felipe.
- En esos tiempos los revolucionarios de diferentes bandos robaban los bienes de las haciendas y exigían fuertes sumas de dinero para su causa. Los hacendados huyeron hacia las ciudades.
-Cuando la situación ya estaba muy peligrosa, el patrón de mi abuelo se decidió a abandonar el pueblo para irse a vivir a Tehuacán. Antes enterró gran parte de su dinero en cinco lugares. El primero fue cerca del casco de la hacienda, pero un trabajador veracruzano de oficio carretonero se dio cuenta del lugar del entierro y poco después fue a sacarlo. 
El segundo entierro lo encontró el doctor Miguel Ángel Cobos Marín en el piso de su antiguo consultorio, al hacer una reparación del mismo. 
El tercer entierro estaba en la casa del señor José Vera padre;  su empleada, María Miranda lo encontró bajo el fogón de la estufa de leña que tenían en la cocina. 
El cuarto entierro estuvo en la casa de la señora Evodia Velasco, y probablemente lo sacaron cuando derribaron dicha casa  para construir el nuevo palacio municipal. 
Del quinto tesoro que permanece enterrado no voy a hablarles a ustedes. Discúlpenme pero es una promesa de mi abuelo y de mi padre de no decir nada ni ir a desenterrar cualquier tesoro.  
–Puede confiar en nosotros, seremos discretos- 
No, que va, mi abuelo fue un hombre derecho y les dijo a su hijo y nietos: “No les voy a decir nunca donde escarbar. ¿Por qué quieren ir a desenterrar algo que ustedes no enterraron? Sepan ustedes que ese dinero está maldito, porque fue amasado con la sangre de los ixcatecos. Mediante una paga miserable los hacendados dominaron a toda la población durante siglos. Mientras ellos se enriquecían, el pueblo se moría de hambre. Díganme ustedes ¿qué obra hicieron para el bien de la gente del pueblo?. Ni una maldita calle empedraron,  ningún centro de salud, el mercado era a la intemperie;  jamás pensaron en dotar de agua potable, educación y otros servicios a la población. Ningún edificio público digno de una plaza de renombre como lo fue Ixcaquixtla, hicieron jamás. Todo fue saqueo, explotación, maltratos y enviar su dinero a invertir en otros lados. Por eso, el que quiera dinero que trabaje”
           En ese momento se oyeron pasos en el patio. Luego se asomó a la entrada del cuarto y saludó  un hombre como de unos cincuenta años, de sombrero, bigote, con aspecto campesino.
–Buenas noches-  
-Pasa al otro cuarto y espérame- dijo el doctor y así se hizo.
-Maestro, ¿por qué ha usted mencionado varias veces a la Logia Masónica y a los espíritus? – preguntó Felipe.
- Porque mi padre se afilió a esa Logia en Puebla-
-¿Y usted cree en los espíritus?
- Si. Y desgraciadamente ese es un problema que ahorita me preocupa. Sepan ustedes que mi padre me llevó un día, siendo yo un niño, a una de sus sesiones espiritistas. Yo esperaba en una habitación separada, pero la presencia de algo extraño que yo sentí, me afectó tanto que a partir de esa noche he recibido la manifestación de diversos espíritus que me han perturbado en diferentes etapas de mi vida- 
Y durante un buen rato nos contó diversas experiencias que le habían pasado a lo largo de su vida difíciles de creer, pero sin llegar a pensar que nos estaba mintiendo. Pero lo que me dejó helado fue cuando dijo con emoción creciente:

-Vengo poco a Ixcaquixtla, siempre solo como en esta ocasión. Pero créanme que cuando anochece y cruzo el patio de esta casa, un bulto negro me aprisiona por la espalda y yo sufro y batallo para que me suelte. Le grito, lo interrogo pero nunca me ha hablado. Por fin logro que me suelte. Me meto a mi cuarto y me siento más seguro, pero frecuentemente hace ruido afuera como queriendo abrir la puerta y no me deja dormir. Solamente cuando estoy acompañado por alguien este espíritu no se manifiesta. Es por eso que tengo que contratar a un conocido de Clavijero, que es el señor que acaban ustedes de ver, para que me acompañe. Él se queda en el cuarto de al lado y yo en este. Solo así estoy más tranquilo.-
 -Que cosa tan tremenda-, dijo Felipe. Pensé que era hora de irnos y con señas se lo dije.
Nos despedimos y mientras cruzábamos con cautela y en silencio el oscuro patio, abundantes ideas lúgubres llenaban mi mente. Fue la última vez que vi a este personaje  que vivió una intensa, larga y a veces atormentada vida. En esta fecha ya no está entre los vivos.


J. Salvador Jiménez. Julio de 2016.  (normalsalva @ yahoo.com.mx)